El tiempo de echar la sal: un arte

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En casi todas las cocinas que he conocido hay un bote grande y bello de sal cerca de los fogones (modernamente transformados en glamurosas vitrocerámicas). Cocinar requiere sal, a riesgo de que la comida se nos quede sosa. Desgraciadamente cuando un plato contiene poca sal, popularmente se lo valora como insípido y por tanto no gustoso…

No obstante, aunque la presencia de la sal en las cocinas es tan universal, no se la sabe usar debidamente dado que se desconoce su función. Sigue leyendo

Acaso yo,… ¿soy yo?

La mayoría de las personas tienen conciencia de que son “ellas”. Quiero decir que sienten y están seguras de que, cuando se despiertan por la mañana, son exactamente la misma persona que la que se acostó a dormir en la noche. Parece evidente.

Pero no lo es tanto, si nos detenemos a reflexionar a nivel atómico y molecular.

Nuestro cuerpo está asiduamente incorporando a nuestras células nuevos materiales químicos desde el exterior. Esto se realiza de diversos modos. Uno de ellos es a través de los alimentos que ingerimos, los cuales una vez digeridos, absorbidos y transportados hasta las células que los requieren, llegarán a formar parte de ellas. Otro mecanismo es a través de la inspiración que continuamente realizamos. Nuestro aparato respiratorio puede captar el oxígeno del aire e incorporarlo a los glóbulos rojos de la sangre. Ellos lo transportarán hasta las células donde se necesita vitalmente para realizar la respiración celular y así suministrarnos la energía necesaria para poder sostener nuestra vida.

Asimismo parte de lo que eran nuestros átomos y moléculas salen de nosotros en la ineludible respiración, concretamente en la fase de espiración. También sale de nosotros materia química a través del sudor y de la orina…
Así pues, nuestro cuerpo es un continuo entra y sale de materia. Muchos átomos y moléculas que hace unas horas eran mías, eran parten de mi “yo” corporal y lo configuraban, ahora escapan de mí, de mi cuerpo y pasan a ser parte de lo exterior a mí, ya no son parte de mí, ya no son “yo”. Nuestro material químico está en un fluido intercambio continuo con el exterior.

Por tanto podemos preguntarnos ¿qué es lo que nos define como yo? Es cierto que hay algo que permanece fijo en nosotros. Se trata de nuestra codificación genética, guardada con esmero en el interior de los núcleos de nuestras células. Nuestro precioso legado hereditario que intenta transmitirse con suma exactitud de generación en generación. Un legado de orden específicamente codificado y personalizado, cuidadosamente conservado que se reproduce con precisión. Dijéramos que nuestra identidad biológica está en ese orden genético y que este código es el que se intenta revelar en nuestra vida expresando su máximo potencial.

Para ello necesitaremos de la incorporación de materiales y energía desde el exterior. Como consecuencia, podemos darnos cuenta del problema que originamos si no introducimos en nuestro cuerpo los materiales básicos necesarios… Sin todos ellos y en las cantidades necesarias, ¿cómo pensamos que vamos a poder construirnos, reconstruirnos, desarrollarnos y… permanecer sanos?

No es solo cuestión de comer en cantidad suficiente. Se trata también, entre otras cosas, de que nuestros alimentos incluyan la suficiente variedad de nutrientes, que además puedan ser correctamente absorbidos tras la digestión que requieran. Así haremos posible que nuestro cuerpo disponga de todos los nutrientes necesarios para realizar adecuadamente el desarrollo deseable y la reparación necesaria, procesos para los que estamos capacitados genéticamente.

De ahí, la suma importancia de que nuestra alimentación sea equilibrada y personalizada.

Así pues comenzaremos ahora una serie de posts sobre alimentación y nutrición para profundizar más sobre esta importante función que nos ayudará tanto a curarnos en salud.